Entre los 2 y los 3 años se da una etapa denominada crisis de oposición que desconcierta mucho a los padres por el incremento de los berrinches en los niños, desencadenándose a veces en lugares públicos con gritos, pataletas o lloros de gran intensidad.
A veces tener que cambiar de ropa, recoger, bañarse, dejar de jugar para cenar, irse a la cama, se puede convertir en un auténtico drama.
Los niños se están separando del adulto y nos lo hacen saber, su deseo es distinto al nuestro y llaman nuestra atención mostrando su enfado y todavía no pueden recurrir al lenguaje como lo haría un adulto.
Empezar a manifestar sus propios intereses diferentes del adulto es propio de esta etapa en la que empiezan a razonar pero su lenguaje todavía es insuficiente, tampoco saben gestionar sus emociones y al mismo tiempo son egocéntricos interpretando el mundo solo bajo su propia perspectiva, el niño aún no tiene claro que los demás tienen puntos de vista diferentes al suyo
Salir de la crisis de oposición
El poder salir del egocentrismo infantil es un proceso fundamental para sus relaciones sociales ,para poder entender a los otros con sus diferentes deseos, el poder aceptar que en un juego no siempre es el protagonista o a veces puede perder o ganar requiere un proceso de descentramiento sin el cual será difícil hacer amigos. Y descubrir que no es el centro del universo y que no lo puede todo requiere un proceso de maduración en el que podemos ayudarles acompañándoles en ésta etapa.
A veces utiliza la agresividad para imponer su criterio si nosotros como adultos somos capaces de comprenderlos, saber lo que les ocurre, es importante para ayudarles poniendo palabras que puedan entender todas las emociones que viven de manera tan intensa.
Por ejemplo si quieren un helado y está cerca la hora de la cena, podríamos decir» entiendo que te apetece un montón comer un helado ,pero ahora vas a cenar ,quizás de postre si lo puedes tomar» ,darles una alternativa de manera que no es un no rotundo sino otra opción.
Debemos mantener la paciencia, es una manifestación típica de la edad, de nuestra actuación depende que se convierta en una conducta frecuente o sean puntuales y vayan desapareciendo.
Es importante que el adulto sea firme a la hora de poner el límite y los padres sean capaces de sostener y mantener este, apoyándose mutuamente, es necesario la implicación de los dos para no desautorizarse delante del niño.
Si no se está de acuerdo se puede discutir en privado, pero nunca delante del niño, poder llegar a un acuerdo es importante, así como la implicación de ambos en conseguir que se cumpla.
Si el niño descubre que solo tiene que patalear o gritar en público para conseguir lo que desea, lo repetirá porque le asegura el éxito y cada vez con mas insistencia porque tiene nuestra atención.
Debemos acompañarle en ese momento desagradable sin dar demasiadas charlas, pero siendo firmes en nuestro no.
Cuando se calme y no consiga lo que quiere, si podremos explicarle que no debe portarse así, que tiene que pedir bien las cosas y que a veces la respuesta es no y lo tendrá que aceptar.
Explicamos de manera sencilla el motivo y seguimos con otra actividad sin quedarnos enganchados en el conflicto.
En algunas ocasiones habrá familiares o amigos que presencien el berrinche y apoyen más al niño “pobrecito dale el helado” sin tener en cuenta nuestra decisión, aquí el límite lo necesita el adulto y debe saber que son los padres los que educan y no deben intervenir.
Si hay demasiada expectación podemos salir de la habitación o darnos una vuelta con el niño para poder estar a solas.
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